Desde pequeños, cada uno según su familia y circunstancias, hemos sido preparados para algo grande, difícil y maravilloso... La vida.
Está más que claro, si siempre te han dicho que las mesas de tu escuela han de ser verdes, no recordarás una roja; y si te dicen que el domingo, por decreto familiar, hay reunión en el salón, no harás otros planes.
Es por todo esto por lo que cada uno intenta hacerse un camino entre la multitud. Muchos quieren que les vaya bien, normalidad, mediocridad positiva, sin apuros... Y otros quieren lo contrario, ya les vaya bien o mal quieren triunfar, quedarse en la mente de la gente para la eternidad, ser recordados por algo.
Y para no ser olvidado, no tienes muchas oportunidades en la vida... Abre tu mente, en todo el mundo, habrá mesas rojas en colegios; y doy por hecho que algún domingo alguien robará parte de tu corazón y te saltarás la tan tradicional ceremonia familiar.
Si ves una mínima posibilidad, ¡actúa! Y hasta aquí la parte teórica.
En mi caso, llevo a la práctica este método desde hace mucho tiempo, tanto pero a la vez tan poco... Tanto por cantidad y tan poco por necesidad.
Concretamente, el día que el destino, la suerte, un Dios, o simplemente un hecho terrenal me cruzó contigo. Un hecho terrenal de apariencia común y corriente pero con una fuerza e importancia universal.
Quizás el primer día no me di cuenta, pero con el transcurso del tiempo llegué a la conclusión de que eras mi oportunidad; la oportunidad de ser recordado, de ser importante, eterno y maravilloso para el mundo.
Escribirte mil frases, enviarte mil flores, provocarte mil sonrisas, susurrarte mil gracias, mil amaneceres, mil y un anocheceres... Dedicarme, a ti.
Puede pareceros incongruente que si mi objetivo es dejar marca en el mundo, me dedique exclusivamente a una persona... Puede pareceros incongruente hasta que os aclaro, que ella es un mundo, precisamente el mundo en el que quiero ser recordado.